Todos somos extranjeros



Debes hacer silencio. Nadie puede opinar por encima de lo políticamente correcto. Usted ha entrado en un nuevo siglo, en una nueva era, en un espacio donde la preservación de los derechos re-descubiertos y recién obtenidos fijan la pauta ante las palabras que salen de tu boca. Pero no te confundas, esto no es progreso, es una nueva forma de medioevo, donde las redes sociales sustituyeron a la tortura. ¿De qué quieres hablar? ¿Vida? ¿Sexo? ¿Muerte? Primero debes transgredir todo lo que aprendiste, reformar cada uno de tus principios, dejarte llevar por esa moralidad que tanto le cuesta morir y sorprenderte con la constancia de una humanidad que no se cansa de dar dos pasos adelante y tres en reversa. 

¿Incoherente? Quizás, muchas cosas últimamente son así. 

Lo mejor es que busques en la base de datos de lo que sientes aquella frase: "nadie aprende en cabeza ajena", y la mezcles con los escenarios provincianos de un mundo que se volvió más pequeño aferrándose a la idea de una aldea con todos sus infiernos. Sí, también rescata aquella que dice: "pueblo pequeño, infierno grande". Y es que por estos días lo mejor es mirarte al espejo y rebuscar aquello que conoces para transformarlo en una desidia capaz de cuestionar todo lo que vemos, escuchamos y sentimos. Tomar ese reflejo y sentir que estás en un primer día de clases por el resto de tu vida, y que tus maestros son aquellos oprimidos y decepcionados de un sistema que hace tiempo devoró a sus propios hijos. Somos los huérfanos de la igualdad. Somos los vagabundos opresores. Somos la mordaza rota del silencio. 

Y es ahí donde nuestras fronteras se hacen mínimas y los pesares se vuelven inmensos. Nos convertimos en los celadores de una verdad que está adosada con muchos sellos de entrada pero sin ningún centímetro de empatía. Entonces, nuestra transformación entra en un proceso de reunir todas esas partes podridas de lo retrógrado para armar una máscara de salvación ante los que nos parece una peste: el diálogo. Sí, somos los extranjeros de nuestro raciocinio. Aquellos que no buscan consejo, sino el papel donde esté escrito que todo lo que decimos está bien. Que la rectitud de nuestras palabras es la única regla capaz de medir a todos aquellos que pretenden encontrarse en un terreno de construcción con la diversidad. 

Nos hemos convertido en el mejor aliado de nuestras pesadillas. 

Dime, ¿dónde comienzan tus derechos? No, mejor dime, ¿dónde comienzan los míos? Porque cada uno de nosotros puede jugar la carta de la amargura y la maldad, donde los monstruos empezaron a secuestrar nuestros cerebros desde pequeños. Y también, podemos mostrar esa prisión interna donde tratamos de encerrar aquellas escenas en las que somos humillados, violentados y dejados al abandono. Cada uno de nosotros es un portador de espectros. 

No puedo tomar tu decisión. No puedo obligarte a salir de este océano. Sólo te ilustro con un trauma que es igual al que portas desde hace tiempo. Sólo te digo que desde mi trinchera tus miedos se parecen mucho a los míos. No pierdas la brújula. Los enemigos no tienen que caminar igual que tú, vestirse con la misma ropa o hablar el mismo idioma. Podemos coexistir de tal manera que las arrogancias busquen un boleto hacia la nada y nuestra prepotencia sea una chiquilla quisquillosa a la que no le prestamos importancia.

Podemos alzar nuestra voz, y saber que al final esas palabras no significarán nada si no somos valientes para luchar por lo único que nos diferencia de la oscuridad: nuestra infinita capacidad de amar. 

Dime, ¿sabes lo que es amar? ¿Alguien lo sabrá?

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