Radiación



La música es como una segunda sangre.

Desde pequeño quería ser músico. Tanto, que pasé una temporada en una escuela de música por el centro de Caracas: la José Ángel Lamas. Pero después de tres meses desistí de entender la teoría y solfeo. Así que me las di del empírico y le pedí a mi mamá que me comprara una guitarra que yo aprendería a tocar a punta de manuales. Eso no pasó. Luego, un poco más decidido, me regalaron un piano Casio. Quería ser el próximo Chopin. Eso tampoco pasó.

Pasada la adolescencia y el bachillerato, mis ganas de ser una orquesta humana disminuyeron considerablemente al descubrir que era mejor al escribir historias que no involucraran corcheas. Sin embargo, mi ritmo y guaguanco derivaron en una obsesión por cantar. En la ducha, en el metro, en el autobús o a en nada; siempre iba con mis audífonos cantando. La gente me miraba como un bicho raro. Un bicho raro feliz. Lo interesante de todo esto es que no me la pasaba metido en karakoes o serenatas.

Mi esposa dice que canto bien. No lo sé. Quizás eso sea amor.

Uno de los días más tristes fue cuando me robaron mi Ipod. Salía del trabajo, de noche, por Parque Central, cuando unos motorizados me cortaron el camino, y a punta de pistola, me robaron el bolso. Tenía mi tableta, mi celular, una copia de un libro de Paul Auster y mi Ipod que había sobrevivido seis años de felicidad conmigo. Desde entonces, no he podido reponerlo.

Pero no he dejado de cantar.

Nunca lo haré.

Antes de venirnos para Ecuador me compré un cuatro. Le dije a Esther que quería aprender a tocarlo para luego enseñarle a nuestros hijos. Cuando hicimos las maletas, dejamos muchas cosas detrás. Entre ellas, el cuatro. La providencia creo que me está diciendo que deje de insistir en aprender a tocar algún instrumento musical y me dedique a cantar. A tomar a Rafael entre mis brazos y bailar con él. Y mientras se ríe, cantarle todas las canciones que me han regalado miles de sonrisas. Para que mi hijo sepa que su familia tiene medias metas musicales.

Su mamá quería ser bailarina.

Y mientras la radiación en Quito sube a niveles lunares. (Según los medios de comunicación, tanta radiación puede derretirnos). Yo he conseguido la manera de mantenerme musical. Con una boina a los "Chichi" Peralta, y una camisa con la silueta de Michael Jackson. Si me ven por la calle, canten conmigo. Algunos centavitos nos darán.

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