Soy indio. Soy negro. Soy humano. ¿Y tú?


Yo tendría doce años. Mi mamá y yo caminábamos sobre la acera que daba a nuestra casa cuando un carro nos cortó el paso. El conductor se estacionó sobre la calzada porque le dio la gana. Al reclamarle, se bajó y con violentos ademanes llamó a mi mamá "¡cotorra!", para luego rematar con un "regresa a tu país cotorra". Al ser una mujer con clase, obvió los comentarios y seguimos camino. Tomándome del brazo y diciendo: "no vale la pena hijo. Los ignorantes son internacionales". 

Esto fue en Caracas. A principios de los 2000. 

Creer que en Venezuela no hay racismo, es lo mismo que creer que "la revolución bolivariana" nos benefició. Mi mamá emigró del Ecuador a Caracas cuando tenía nueve años. Sus rasgos, indígenas, no eran del agrado de algunos caraqueños, que por aquellas épocas (los años 70 y 80), enfilaban sus baterías en contra de todo lo que no fuera tropical y tocado por la brisa del Ávila. 

¿Eres colombiano? Debes ser ladrón. ¿Eres portugués? Debes ser ladrón y oler feo. ¿Eres español? ¿Y de Galicia? Pues eres ladrón y bruto. Sí, como nos encantan los des-calificativos en la Patria de Bolívar. ¿Quién dice que eso no era (es) así?

Lo absurdo es que nuestro racismo viene disfrazado del particular: "chico, pero si te llamo así es por cariño. No te molestes". Normalizamos el uso de palabras y frases que no están bien. Que ofenden. Que no son educadas. Porque no es lo mismo llamarme negro, y yo reconocerme como negro. Al decir "negro" como una etiqueta basada en un contexto de superioridad racial y social. Una vez, pasando por un restaurante, nuevamente en Caracas, uno de los encargados estaba parado en la puerta, y de la nada me dijo: "tu papá debe tener el pene bien negro para que hayas salido así". Claro, pero como lo dijo en "tono de broma" yo no debería haberme ofendido. 

Mi difunta suegra tenía un dicho para esto: "jugandito lo mete el perro". 

¿Somos los venezolanos los únicos racistas? No, absolutamente no. La xenofobia y el racismo son un mal de vieja data. Tan viejo como la prostitución. Una percepción creada por la humanidad en nuestra constante búsqueda de sentirnos únicos. 

Yo hablo desde mi experiencia personal. Desde el concepto que tengo del color y la raza. Y de cómo detesto de sobremanera los calificativos "cariñosos" y sobrenombres que por encimita tienen un tufillo de condescendencia y racismo que no acepto. 

No, no está bien decir "cotorros". No, no está bien decir "venecos". No, no está bien decir "colombiches". No, no está bien decir "chino cochino". No, no está bien decir "indios de mierda". Una de las primeras aproximaciones a la humanidad es el uso del lenguaje. Y es mejor que nos forjemos una vida sobre las bases del buen uso de nuestro idioma. 

Usted es indio, pues si así le parece, lo llamo indio. Si no le parece, no lo hago. Usted es negro, pues si así le parece, lo llamo negro. Si no le parece, no lo hago. Y por ahí seguimos. No se trata de herir a susceptibles. Se trata de ser educado.

Es una cuestión de humildad. De inteligencia. De no caer en los instintos que nos condenan: ira, odio, ignorancia e incomprensión. 

Soy venezolano/ecuatoriano. Soy negro. Soy indio. Soy humano. Sé quien soy. Y eso no me ofende. A ti tampoco debería. Y mientras sepamos quienes somos, entonces exijamos respeto. De lo contrario, te unirás a ese nefasto grupo de imbéciles que hablan cualquier idioma y andan por la vida des-calificando. Con cámaras de televisión y todo. 

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