Rocket Man


Seis centavos me costó el tornillo y la tuerca para reparar el coche de Rafael.

Mi hijo quiere volar. Estar atado a un aparato conformado por tubos de metal y ruedas que parecen de juguete, puede ser la peor combinación para un niño de nueve meses. Muchas personas ya nos han dicho a lo largo de Quito que si no nos da miedo que se vaya a caer del coche. Sí, nos da pavor. Por eso, siempre estamos pendientes de que sus aventuras de aviador no terminen en un aparatoso accidente. 

¿Es un aviador? Por supuesto. Toma impulso desde los tubos que sirven de base al coche y se impulsa de tal manera que estoy a punto de llamarlo "Rocket Man". Con todos los honores a Elton John. 

Hoy, en uno de nuestros paseos rutinarios para conocer la ciudad, lo llevaba en el coche cuando casi come piso. Uno de los remaches que unen a "la nave" no aguantó más y se inmoló. Los reflejos me ayudaron para tomarlo del torso y decirle al oído: "Rocket man burning out his fuse up here alone". Mientras que su mamá, maestra de matemática en funciones, calculó en un santiamén las posibilidades de reparación. 

Así, una ferretería debía ser nuestra meta. 

A sólo dos cuadras -en la avenida 10 de agosto con calle Corea- había una. Al entrar, un joven jugaba con un par de alicates. "Buenas tardes, necesito un tornillo para reparar el auto de mi hijo". "¿Un tornillo señor?" "Sí, un tornillo y su tuerca". Él me veía como gallina que mira a cucaracha en gallinero. "¿Y ése es su hijo?". Yo llevaba a Rafael en mis brazos. "Sí. Usted sabe como es la juventud de hoy en día. Desde pequeños adoran la adrenalina. Mire cómo me dejó el coche". Una carcajada invadió el local cuando posó sus ojos sobre el cochecito de mi Rocket Man. 

En un dos por tres Rafael posaba su trasero en el vehículo que lo ha llevado del punto A al B desde que tiene dos meses. 

Mi hijo quiere volar. 

Se levanta y con sus dos manos va caminando apoyado de todo el mobiliario que tenemos en el apartamento. Algunas veces, escuchamos un golpe seco seguido de un intento de llanto. Mi hijo, el que aún no habla, menta madres a su manera porque se resbaló y el piso -su peor enemigo- cobró su cuota. También, cuando está sobre la cama, calcula sus posibilidades de lanzarse en picada sin que le duela tanto. Lo sientes en sus ojos. "¿Será que dolerá mucho?" "¡Por amor a Cthulhu, quiero volar!". 

Y es ahí cuando lo tomo entre mis manos y lo levantó lo más alto que puedo. Escuchando cómo el corazón de su madre se eleva desde el pecho hasta la garganta latiendo a mil revoluciones. Rafael ríe y extiende sus brazos como muchos niños antes que él. Quiere volar. Quiere ir a su propio paso. 

A su ritmo. 

Mi hijo, el Rocket Man. 


Comentarios