Hummus

                                                                                                                      Alex Lau

Me quito el anillo de matrimonio para poder escribir. No hay razón filosófica que conlleva esa decisión. Simplemente mis dedos se mueven con mayor facilidad, sin un aro de acero sujetado a uno de ellos. Mi esposa pasa por la misma experiencia. No hay anillo que se ajuste a la flacura de sus dedos. Por lo que nuestra unión se deslastra de un representante tradicional. Nuestra unión se aferra a los eventos que nos hacen querernos tanto. 

Por ejemplo: el hummus. 

Fue un descubrimiento para Esther. Aquella pasta hecha de granos y mucho sabor. Ella tiene gustos peculiares. Por lo que no es muy aventurera a los nuevos sabores. Durante nuestras primeras citas, prefería comer una buena arepa con queso amarillo, sobre mis ademanes de galán al invitarla a cualquier restaurante de comida exótica. 

Una arepa con queso amarillo y mucha mantequilla. Por eso me enamoré de ella. 

Mi sorpresa fue considerable cuando aceptó comer comida árabe. Se enamoró de inmediato del pan frito. Tanto, que aún tengo celos del desgraciado. Y si a esa combinación le mezclas mucho hummus, tenemos una puesta en escena culinaria/erótica. Ella quiere aprender hacerlo. Sé que lo logrará. Mientras tanto, nuestra vida en Quito colocó en el camino a un iraní. Un iraní que no tiene religión: le reza a Alá, a Cristo y a Krishna. Un iraní que sólo tiene un par de pantalones decentes, mientras una costurera le arregla los otros. Un iraní que unta con aceite de coco su cabello y barba. Un iraní que es vegetariano y que no se cansa de regalarnos comida. 

Muy pocas personas han tocado nuestra puerta. Él es una de ellas. Siempre acompañado con una bolsa llena de frutas, vegetales o, por supuesto, un envase plástico lleno de hummus. 

Francine Emanuel habla persa, francés, un poco de español e inglés. Se ganó nuestro cariño y respeto luego que Rafael le lanzara una enorme sonrisa. Nuestro hijo es el mejor catador del carácter de las personas. Nos ha enseñado que las buenas intenciones no siempre vienen de las personas que creemos. Y que el bien verdadero, puede surgir como una sorpresa. Así es Francine. Una sorpresa. Una a la que hay que escuchar con tranquilidad para no perdernos entre su espanglish/farsi. Una sorpresa a la que estaremos eternamente agradecidos.

Él nos enseña recetas vegetarianas. Nos habla de su prometida ucraniana, que pronto llegará a Quito. De sus periplos por Estados Unidos y Europa del este. Se interesa por Venezuela, y tras cada historia caraqueña que alimenta su imaginario, junta las manos en señal de oración y nos da las gracias. Siempre nos da las gracias así. Agradecido por la vida, por la oportunidad del relato oral. De grabarlo a través de sus oídos para su memoria. 

Su hummus nos une. Le hace bien a mi matrimonio. Y nos da conciencia sobre los pequeños placeres de la vida. 

Francine se va para Cuenca por una semana. Extrañaremos su carisma y verbo culinario. Sus enormes ganas de vivir, ininterrumpidas, en 43 años. Con su particular manera de mandar las cosas al carajo: "me he dado cuenta que la vida es un paseo. Un recorrido de virtudes y fracasos. Todo lo que tengo está en dos maletas. No necesito más. De resto, los tengo a ustedes. La amistad y el cariño". 

Estoy seguro que cuando vuelva, tendremos más hummus. Y un agradecimiento en señal de oración. 

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