Locura



Te levantas a las cinco y media de la mañana. Antes que salga el sol. Eres un cliché. Coges la toalla y abres la ducha. Un grifo de aluminio a medio congelar que te despierta la punta de los dedos. Dejas que corra el agua con la esperanza que se caliente, no pasará. Vives en un lugar donde la temperatura hace estragos con las ganas de vivir. Deberás, como todos los días, bañarte con la piel a medio crujir por el frío. ¡El puto frío!.

No inviertas en calentador o ducha corona. Llevas dos dañados.

Luego toca secarte, vestirte y buscar qué comer. Lidiando con el interior roto que te ahoga un testículo. No hay plata para renovar los trapos que te cubren las bolas. Desayunar como parte de la rutina. Pero hoy, como muchos días, no hay comida. Existe un concepto: "escasez". Que es el nuevo lema de Venezuela. Un país al norte de sudamérica que se dejó llevar por la fantasía post colonial de que el "socialismo" es una buena idea. Y más, el socialismo repelente del Caribe que apesta a comunismo. ¡Basta de política! No te gusta el café y debes conformarte con un vaso lleno de agua. Al salir la mañana te abofetea con un vaho de pestilencia. Otra vez el perro de la vecina cagó a pocos metros de tu entrada. Nada nuevo en este mundo de mierdas regadas.

Subir a un transporte público. La única tortura que no se le ocurrió al diablo.

Tienes varias opciones: ir guindando o esperar muchas horas hasta que se desocupe el espacio esperado por las ansías de no llegar tarde. Siempre llegarás tarde. Eliges el camino del cobarde con un pesimismo que vive de los otros, y retumba en las cornetas del autobús: salsa cabilla o esa música urbana que habla de sexo. Mucho sexo. ¿Único alivio de los idiotas? Conseguir una pistola no debe ser difícil en un país donde hasta el panadero carga una. Lanzarte una al estilo de esa película que ves de vez en cuando, donde el protagonista manda todo a la mierda y empieza a regar sustos y balas por donde pasa. Hasta usa una bazuca -bella cacofonía-.

No hables de trabajo. No sea que algunos de los imbéciles que te acompañan en la rutina diaria de ganarse el pan se molesten. Al final, todos somos los payasos del capitalismo. Ataviados con lindos trajes y corbatas. Mismas prendas que nos cubren dentro del ataúd.

Oye, pero que comentario tan fatalista, ¿no te parece?

Lo único libre es la necesidad de gritar. De lanzar golpes a los fantasmas que te obligan a mostrar una sonrisa al cabrón que te quita cinco o diez bolívares cuando le pagas el boleto del Metro. O la patología incoherente de los resignados al levantar los hombros en señal de derrota cuando tienen que hacer cola para comprar papel sanitario que les limpie el culo. ¿Dónde están esos drones armados con misiles para que nivelen esta miseria? Mi esposa me dice que debemos dejar las preocupaciones fuera, lejos de nuestro hogar. Uno trata, En serio, trata. Pero muchas veces -más de la que nos gusta admitir-, los tiros que se escuchan en la calle nos espabilan y dejamos de ser las vírgenes que abren las piernas gentilmente ante el falo de la realidad y nos volcamos hacia la prostitución de los que sobreviven a punta de estrategias que borden la psicosis.

Sí, todos estamos locos. Otro puto cliché.

Como el policía que se busca a carajitos por la avenida Libertador para que le mamen el güevo, y a lo que llega a su casa besa a sus dos hijos y se coge a la esposa. O la doña que limpia la oficina, y en secreto se roba los dulces, pastelitos y chucherías a medio comer que dejan los empleados en las papeleras. O el niño -adolescente- que sueña con tirarse a la vecina y se masturba frenéticamente a punto de sacarse llagas en el miembro. Esa misma vecina que se pellizca las tetas y se soba la vagina como preparación para que su papá la sobe. "Es nuestro secreto especial", dice su progenitor.

Tan locos como las mujeres/hombres que rodean en forma de espectros las calles del centro de la ciudad y con hojillas de afeitar entre los dedos, roban a sus clientes. Por lo general gorditos o perdedores que pagan cincuenta bolívares por una mamada que les saque las ganas de suicidarse. O esos políticos con su pico de plata que se embadurnan de cocaína y putas de alta sociedad. Al final, su mierda apesta mucho más por la cantidad de excesos que se meten entre tanta "inmunidad parlamentaria" o "trabajo por el pueblo".

Y aquí nos bajamos. Aquí decimos basta. Continuamos jugando en este manicomio al que llamamos Caracas.

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