El hierro




Desde hace dos semanas comencé a dormir con la pistola debajo de la almohada. Me gusta sentir el hierro en la sien. Las balas que cuidan mis sueños.

Cuando me levanto la reviso con el mismo cuidado con el que acariciaba el culo de mi mujer. Ella se fue hace tres meses porque "ique" no sirvo para nada. Que no le resolvía lo que tenía que resolverle. Hace unos días la vi de la mano con un carajito. Tiene uno de esos taxis que te da el gobierno. Bien acaramelada sobándole el güevo, con esa cara de satisfacción de las que se saben protegidas por el dinero. En este mundo, en esta realidad, no hay chance para las historias de amor verdadero.

Eso se lo dejan a Juan Gabriel. Que en paz descanse.

Las balas son caras y escasas para un pobre diablo. Sólo las puedo comprar por Petare. Un pana que es policía me dijo que fuera por la redoma y al lado de la licorería "Los tres hunos", hay un pasillo que termina en un billar. Ahí se debe preguntar por el chino. Un chino de verdad. Que te mira con malicia y te pregunta: ¿qué quieles? Es muy arrecho librarse de los estereotipos. Por quince mil bolívares te vende dos cajas de calibre 38 o una de punto 40. La mía es un revólver. Más fiel que mi ex mujer. La puedes meter al agua, lanzarla desde un quinto piso y la bicha siempre disparará. Nunca se atasca. Y si la limpias como Dios manda, te la pones en la cintura sin correr el riesgo de que te vuele el "hacedor de bebés".

Empecé a dormir con ellas porque he tenido unos sueños rarísimos.

En el primero yo estaba frente al espejo de mi baño, si no hubiera sido por lo que pasó después hubiera creído que estaba despierto. Lo cierto es que cuando me empiezo a lavar la cara la piel empezó a caerse en el lavamanos en pequeños círculos. Al estilo papelillo. Y cuando subo la mirada para ver qué pasaba, me encuentro con que tengo el rostro lleno de huecos, y de ellos sale un pus amarillo. ¡Qué vaina tan asquerosa y cagante! Me levanté empapado en sudor y mentando madres.

Buscando por Internet -la enciclopedia de los flojos- unas páginas me dicen que lo que tengo es tripofobia. Una vaina que se traduce en miedo a los patrones repetitivos. Que hasta los huecos en el queso me pueden dejar secuelas. ¡Me entero de eso! Después de viejo, pendejo.

El segundo fue peor. Un gato de veinte metros me usaba como bola de estambre. Yo trataba de huir pero el "gatito" me perseguía por todos lados y lograba clavarme sus uñas. Otra vez huecos por todas partes. Esta vez, me salía sangre. Me di cuenta que estaba soñando y traté de despertarme, pero no podía ni hablar. Me sentía muerto en vida. Fueron los golpes en la puerta de mi apartamento los que lograron sacarme del trance. Era la vecina, en bata y pantuflas de felpa rosada, preocupada por los gritos que salían de mi casa.

La pistola me la encontré por Catia. Sí, me la encontré. Bueno, en realidad, me la encontraron. Estaba comprando un cartón de huevos por el bulevar cuando un niño de diez años me jalo de la camisa y me dijo: tome señor. Era una bolsa de papel con el arma adentro. Luego de dármela, salió corriendo. Yo no supe que hacer y la metí en una bolsa que tenía con unas verduras. La guardé en el armario y me olvidé de ella por años.

¿Cómo hago para meterla en mis sueños? Estoy harto de que me hagan huecos. Quiero ser yo quien los haga para ver si se me pasa la paja. Lo que quiero es agarrar un hacha o palo y reventar toda esta inmundicia que me inunda la cabeza. Hasta he pensado en volarme los sesos para ver si en el otro plano consigo algo de paz. Es reconfortante tener por almohada un hierro. En mi trabajo empezaron a notar las ojeras y lo irascible que estoy. Mi jefe me dijo que le bajara dos y yo me aguanté las ganas de meterle un coñazo. Como no terminé la universidad -o eso es lo que dice mi mamá- me tuve conformar con un puesto de mensajero en una empresa de contabilidad.

Soy un puto cliché: motorizado con hierro. Más bien me vendría salir a robar.

Delito que empieza de a poco. Comienzas con algunos chocolates ocultos entre las bolas de la bodega y luego terminas rompiendo vidrios en el estacionamiento del edificio para llevarte equipos de sonido y cauchos de repuesto. Pero eso de pasar al "asalto a mano armada" es otro nivel. Ahí sí que el diablo te reserva un nicho en el infierno. Y de esos huecos no se sale. Quizás mi moralidad esté descuidada, o perdida, pero las balas las dejo para los sueños.

¿Cómo coño las meto ahí?

Será, ¿con balas de humo?

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