Caricia


Verte dormir es placer. Acariciar tu piel, tranquilidad. Sentir la respiración, calma. 

No hay consistentes en un mundo manejado por la soberbia. Son inmensos los golpes que he recibido por la vanidad de mis sentidos. Y ahí estás tú, bendita y dispuesta a pelearme. A rechazar mi aires de Zar, y bajar el consciente de mi subconsciente. No sé en qué momento te instalaste entre pecho y espalda. Por lo que siento un vacío cuando te alejas, y un cosquilleo en el delirio cuando llegas. 

Es como si te apuntaran con una pistola. Estás a la expectativa de la muerte, y con la certeza que el cielo o el infierno esperan por ti. ¿Quién lo sabe? Así es aprobar tus abrazos. Ir al ritmo de tus latidos, para caminar sobre las marcas húmedas que dejan tus pies en el suelo. Debe ser por el calor. Vas y comes una gelatina frente a mí. De frutas. E impregnas toda la casa con el vaivén de unos labios que se saben poderosos. 

Recuerdo llamarte. Contar los pitidos de las máquinas que separaban la ilusión de lo desconocido. Con una creciente curiosidad de explorar esas curvas profesionales de tu destino. Ahora, aquí te tengo. Mientras juegas con el bosquecillo que adorna tu pubis, y apruebas la firmeza de unos senos que nacieron del chocolate. No es la lujuria lo que te imita, es la cantidad de suspiros que emites cada vez que te tocas. Cuando tientas a los fantasmas para que gocen contigo. Es la pasión cruda. 

Y con todo, aquí estamos manejando un paisaje lleno de barras de salto que crecen. Mientras tu profesionalismo te roba la energía, y te arrebata hacia las almohadas de un descanso profundo. Yo te contemplo, y me vengo a las letras para que nunca olvides que siempre, hasta los más recónditos lugares de mi cuerpo, piensan en ti. Entonces vas llenando con tus líneas la cama. Despiertas con el amanecer y me dices que tengo tres, cinco, diez o infinitos minutos para tocarte. Susurras que me amas. 

Amar. Odiar. Desaparecer y existir entre tus miradas. Lucho contra el mundo por mi elección. Crezco al lado de unos consejos que me trae el viento y se posan en tus recriminaciones y caprichos. No es fácil madurar. No es fácil crecer. Y nuestro apoyo se trabaja como las hormigas cuidan el hormiguero. No nacimos solidarios, pero sí capaces de aceptar que el uno está atado al otro. Pero de una manera que las cadenas son innecesarias. Los nudos de marinero pueden morir entre nosotros. Somos la unidad del amor, la importancia del deseo y la confianza del día a día. 

Mientras los besos perduren. Los orgasmos recurran. El hambre se encuentre. Y los sentidos crezcan. Entenderé que las musas existen. Están allá afuera. Y yo acaricio a una. 

J. Díaz. 

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