La Purga


Pasa, la maldad acepta a todos. Olvida lo que aprendiste. Aquí no hay lugar para los bienaventurados. Únicamente los que miran de reojo las raíces de la dignidad y aceptan con agrado la locura del diarismo. ¡Ellos son los elegidos! Constantes en las desgracias, y consistentes con la visión trágica de una palabra extraviada o los ojos rasgados del pecado. ¿Cuál pecado? Ustedes eligen. No hay límites entre los demonios que se bañan, se ponen desodorante, van y se visten para recorrer los mismos caminos de los dignos. Esos que no suelen divertirse, y hacen de la vida un lugar aburrido. 

Los dignos. Una especie subterránea que se gano los favores de la realidad. Y qué al final no es tan real porque se desdobla con cualquier presión. Unos dignos que nos dicen qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Malvados. Sí, son malvados al pretender imponer su cualidad de santos de cera. Los vemos todos los días, bien planchados y con el tanque de gasolina lleno. Pagan sus cuentas al día, no roban lápices (y demás utensilios) y caminan de puntillas para no despertar al vecino. Van corriendo a votar y sus opiniones se sustentan en una experiencia ínfima de universidad y tarjeta de presentación almidonada con un color blanco hueso. 

Nosotros, los infieles. Acusados de envidia, y de todos los males que aquejan al mundo. Nos enfrentamos a la purga de la humanidad. Solo porque comemos la manzana que tiene una clave reptil. Solo porque nos atrevemos a mirar a través de la cortina del vestidor. Visualizando esas piernas tersas y un sexo calentito que nos sugiere: ¡cómeme! Solo por recoger el billete huérfano tirado en el piso. Por engrapar los boletos de metro, y mirar con odio a los impertinentes de una selva urbana que te escupe asfalto y demás porquerías. Somos los que no vamos a misa todos los domingos, y andamos en ropa interior por la casa. Comemos huevos fritos con arepa, y picamos la pasta con cuchillo. Los infieles que beben, fuman, engañan, roban, se lanzan por los acantilados de la lujuria y se detienen para admirar la estupidez de los dignos. 

Al final, la maldad no es excluyente. Como el lado oscuro de la fuerza (todos vimos la bendita película) tenemos la capacidad de ser seducidos por su sensualidad. ¿Quiénes somos? El producto de una evolución que eliminó a todos sus prototipos. Tanto, que hay un eslabón que nunca apareció. Así de malos somos. Y cuando esa crueldad cierra el paso de los valores y las crianzas de la mamá a punta de correazos para ser educados, estamos experimentado una cualidad humana que suprimimos como una resaca. 

Cuéntele al doctor. Al psiquiatra, todos los deseos reprimidos de una vida de perros. Somos animales. Mal llamados racionales. Y acostados en ese diván, que provoca sueños reparadores, creemos entender que nos hace correr y respirar. Sin pensar que son los clichés que tienen las respuestas: mientras no jodas a los demás. Haz lo que te de la gana. 

J. Díaz.

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