Algún lugar en el silencio.


Solo sabemos de lo que somos capaces cuando tenemos la punta del cañón en la sien,
el sudor que nos recorre la espalda tiene más valentía que todos los supuestos del mundo.
Supongo que puedo, supongo que lo haré, supongo que encontraré la solución, supongo que volaré,
y cuando la bala nos vuela los sesos, las suposiciones son cobardía líquida que mancha de rojo.

Vivimos con temor. Con miedo. Absorbidos por esa maldita pistola que nos persigue. Al despertar, cuando caminamos, hacemos el amor o nos develamos. Esa certeza que morirás a manos de un mal nacido. Todo se traduce a la sucia y asquerosa camisa de fuerza que nos colocan desde que nacemos para que logremos nuestros sueños. ¡Idiotas! Mi realidad es mi sueño.

Vagamos entonces entre la penumbra de una familia correcta, y los pocos amaneceres que nos da la libertad. Pero no la libertad de tarjetas de Navidad. Hablo sobre la capacidad de liberarnos de tantas incertidumbres. Suena hasta cliché confirmarlo, pero nadie es responsable de tu vida. Tú, manejas los hilos de la confirmación. Pasa por encima de tu estúpida ilusión, y date cuenta que somos el resultado de nuestras capacidades. Y su crecimiento.

Puedes ir a comprar uno de esos lindos libros de auto ayuda. Todo lo haces en 12 pasos. La gordura se irá si tomas un batido. Podrás tirar mejor si te tomas esa pastilla. Nadarás en dinero si subes por la pirámide. O quizás, tu país mejorará al tener la esperanza de que en la soledad, esta tierra saldrá adelante. Al final, terminamos mereciendo la bala.

Tengo miedo. Lo siento en mis venas cuando se hinchan de tanto desear. Cuando me entrego a la violencia, y me expongo al ataúd. Al dejar que mis instintos ganen, y convertirme en el mal nacido que escupe sobre los demás. Sin olvidar, que todo se pude ir al infierno de la manera más simple. Tengo miedo que al final, mi maldad gane terreno.

Ni un credo, o una plegaria pueden eliminar la cobardía. Mis testículos no definen mi hombría. Tal vez, al llegar a casa con un pedazo de pan, puedo experimentar mucha más valentía que al batirme con mil demonios. Encerrado en una nación incapaz de procrear sus oportunidades, y desvelados en las colas para comprar una ignorancia que se ofrece por kilo.

Tengo miedo que de repente, abra los ojos y sea el despojo de mis caprichos.
Quiero que ella me ame por siempre, y cubrirme con su olor.
Besar hasta que se me gasten los labios, y ella me los vuelva a pintar.
Tengo miedo de perder.
De ser el compañero inusual de la muerte.
Aunque siento que la lucha no terminará pronto.
Lucharé entonces.
Y quizás podamos demostrar, que nuestra cobardía se puede transformar en bondad.

J. Díaz.

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