Retrato



Lo peor era perderse. Había que resistir la pérdida, y conectarse de nuevo con una realidad que olía a comida podrida y desinfectante. Nunca creyó en villancicos y cartas al Niño Jesús. El hecho de levantarse con medio cuerpo dormido, y los ojos rojos, era un recordatorio de estar vivo. Una visión diaria de lo que no debía hacer con su vida. Sí, había cometido el peor error: perderse. 

¿Cómo encontrarse? Era una pregunta sencilla. Todas las noches se quedaba mirando la negrura del techo. Dada por el color que decidieron empastar en las láminas de zinc que constituían su cobija contra los elementos. Miraba, sin desear nada. Esperando el sueño, o las ganas de masturbarse mientras se arrinconaba en una soledad que creía olvidada. La brújula estaba dañada, y lo único que compensaba la caída al vacío, era un cuerpo caliente y dulce que dormía a su lado. Siempre recordaba como obtuvo esa conquista. Como se preparó para introducirse entre la sábanas de una mujer que lo amo desde el principio, con éxitos y fracasos, y la seguidilla de cachetadas que lanzó la cotidianidad.

Besar, abrazar y acariciar eran acciones sencillas que pintaban sonrisas en todas las paredes. Mientras la respiración se acompasaba con el recorrido de la neblina. Encerrado en la montaña, que traía olores de pino y cochino frito, como una perfecta muestra de la no ficción. Quizás no estaba perdido, sólo contrariado ante la situación de saberse coherente de sus pies. De estar plantado con decisiones recurrentes a la madurez. Tener un empleo, mantener un hogar, comprar comida, ahorrar dinero, y por qué no: ser exitoso. ¿Dónde quedaron las ilusiones? ¿Dónde están los sueños? Extraviados entre los ladridos de los perros que se comen poco a poco la madrugada. O era un imbécil incapaz de reconocer la felicidad de nuestros propósitos. 

Lo conocí una noche. Como todas las noches que vinieron después del primer encuentro. Cuando el Sol se iba, nos reencontrábamos entre conversaciones sobre el clima, y lo bien que se ve esa mujer a través de la cortina multicolores. Divisamos su silueta cuando se baña, y como sus manos protegen con mucha delicadez las curvas que nos apasionan. Conversaciones que siempre ocurrían frente a un espejo mientras los hombros caían por el cansancio y las ganas de dormir daban paso a la locura. No sé si lo conocí lo suficiente. Pero sé que no extraña su antigua vida. Lo que quería era encontrarse en este nuevo plano. En esta nueva coherencia. Esto de crecer no debía ser tan difícil. 

Ahí lo deje. Entre las sombras y la claridad. En una especie de purgatorio sensorial. Algún día lo veré de nuevo y sabré si se encontró entre la maraña de deseos y necesidades que dictan su vida. Sabré que no dejo de soñar y pudo encontrar su éxito. Lo reconoceré triste de a momentos y feliz cuando recibe los abrazos justos. Combatiendo sus pecados y recavando la información para adelantarse a las falsas predicciones. 

Sí, lo encontraré y sabré que era mi retrato.  

J. Díaz.

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