Metamorfosis.



Fueron las antenas que me despertaron. Empezaron a vibrar ante la presencia de otro animal. Pienso que los gatos peleando en el techo eran más importantes que mi sueño. Con lo difícil que es dormir con antenas. Siempre se enredan con las sábanas, y chocan contra el tope de la cama. Además, el goteo constante del lavamanos parece un explosión nuclear con cada gota que se esparrama contra la cerámica. Tengo que arreglar ese bote.

Ya despierto, podía merodear por la casa sin la interrupción de los humanos. Yo soy humano. Bueno, al menos en parte. Siempre pensé que la metamorfosis era una estupidez. Cuentos de camino, o un pequeño libro que quedó en las memorias de bachillerato. Cuando me empecé a lamer los brazos constantemente y a secretar saliva como un perro hambriento, sabía que algo estaba mal. Y ni hablar de cuando los ojos se me dividieron en decenas de celdas.

Tiene sus beneficios eso de ver en múltiples planos y poder pegarme al techo. Al menos no terminé como cucaracha. Debo huir de los periódicos enrollados y los matamoscas. No de las sandalias. Mi esposa tuvo la decencia de no comprar más insecticida y dejarme a mis ansias cuando me salieron las alas. Lo único que no soporta es el zumbido, por lo que debo abstenerme de volar dentro de la casa. Imaginen, una mosca de casi dos metros.

Aún conservo mis piernas, y parte de las manos. De lo contrario, no podría escribir esto. Mi pene se transformó en una especie de almohadilla que se pone muy caliente cuando veo moscas hembras. ¡Maldición! Con lo que me gustaba la aerodinámica femenina. Por eso, he adoptado un estilo de vida budista. Cero tentaciones carnales. No me imagino copulando con insectos. Admití la transformación, pero con muchos límites.

Mis amigos disminuyeron, obviamente. Muchos por voluntad propia, y otros los deseché cuando trataron de venderme al gobierno como experimento. Situación que no se ha resuelto del todo. Lo que pasa es que amenacé a ciertos funcionarios con invadir sus casas con cientos de moscas. Uno de los beneficios de transformarse es hablar el lenguaje. Mis compañeras aladas adoran la venganza. Así que los humanos prefieren tenerme tranquilo en mi casa, antes de lidiar con ministerios y residencias presidenciales cubiertas por millones de moscas.

Hay algo de poesía en todo esto. Todavía no sé qué es. También estoy tratando de entender la filosofía del asunto. Kafka puede retorcerse en su tumba, pero esto de la metamorfosis apesta. Literalmente. Porque me encanta la porquería y los desechos. Quizás deba aprender a vivir con esta nueva cualidad. No me queda de otra. Aún no hacen en las farmacias tónicos para quitarme todo lo mosca que tengo en el cuerpo.

Puede que éste sea mi destino. Un cliché andante, con dos buenas alas. Al final, asumiré que soy un monstruo. Porque de eso se trata, admitir nuestra monstruosidad ante la pérdida de la humanidad.

¿Les comenté que quité de mi casa todos los espejos?

J. Díaz.

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