La mentira.

Escenario 1.

No recuerdo haber despertado ese día. Fue automático. Me bañe, cepillé mis dientes, me vestí con el uniforme beige, comí algo que mi madre preparó y salí. Afronté la mañana como lo hacía todos los días: con frío y cansancio. Sin embargo, ese día era diferente. Tenía una misión. No podía desaprovechar una oportunidad en el tiempo. Esos viajes son escasos por estos días. 

Caminé las mismas 15 cuadras que me llevaban al colegio. Saludé a las mismas personas sin olvidar cómo lo hacía. Me enfoqué en lo que había venido hacer. Verla, sentirla, tocarla y decirle que sería mi amor por toda la vida. Obviamente, pesé la posibilidad que me dijera que estoy loco. Y lo estoy. Al final, eso de viajar en el tiempo lo hacen personas radicales. Qué respiran pasión y cambian la sangre por los fluidos de la certeza. Durante el primer recreo tracé mi plan. Era conveniente saber dónde vivía ella, cuantos hermanos tenía y sus preferencias. Muchas veces en el futuro me deleite con esos cuentos mientras descansaba en mi regazo sentados en el sofá. 

¡Por Dios! ¡Qué bella era! Como un imbécil, por esa época, estaba detrás de una sencillez que al final no significó nada. Ella era esas niñas por las que vas al infierno feliz. Ella era esa niña por la que te regeneras de todos los pecados. Para cometer nuevos. Ella no había cambiado en nada. Seguía siendo la mujer de la que me enamoré 12 años después. Cuando salimos del colegio. Lancé la carnada. Me fui caminando con ella hasta su casa. Con el grupo que siempre la acompañaba. Se extrañaron todos. No me importó. Ella era mi objetivo. Admirar su piel, su cabello, sus labios y sus ojos canela que embriagan. Toda una serie de lugares comunes que no le hacen justicia. Al llegar a su puerta, hice lo que todo hombre sensato debe hacer: la abracé fuerte, absorbí cada centímetro de su perfume y le dije sin mediaciones "te veo en el futuro mi vida". Cuando iba a besarla, desperté. En una realidad donde ella ya no está. Rodeado de máquinas y monitores que controlan el tiempo de los viajeros. Donde ella ya se fue.

Escenario 2. 

Siento como la pistola me mira. Me desea. Estamos en casa. Rodeados por el desorden que nos da la inseguridad de sabernos finitos. Qué al final, no duraremos para siempre. No se de dónde salió tanto odio. Quizás de los golpes que juramos nunca lanzar. De la caballerosidad olvidada y la sensación de salirse del cuerpo mientras la violencia grita sin cesar. ¡Por favor no me mates! ¡Por favor no te vayas! ¡Lamento el día en que te conocí! Y la habitación. Nuestra habitación. Se hace más pequeña. Mientras el niño duerme en su cama. Plácidamente ajeno a nuestra propia pesadilla. 

Lleno un bolso. Lleno otro. Mientras la pistola confiesa que no tiene balas, y es enorme el miedo que se asienta en las paredes. No olvides el libro, las medias, el control remoto del televisor y todos esos suspiros que nacieron en las sábanas cuando atestiguaron nuestra pasión. ¿Cómo me llevo la vida hasta el olvido? ¿Cómo me dices que ya no me amas? ¿Cómo te creo?

Quisiera abrazarte para que dejes de llorar. De curarte los males y los moretones que nos ha dejado la desdicha de amar con locura. Qué la mentira no haya sido el punto de partida para una relación que buscaba llegar al espacio exterior. Perderse entre los domingos de dormitar en la cama. Viendo comiquitas, desayunando al mediodía y acariciarnos sin cesar. ¡Por favor! Baja tus armas y déjame declararme inocente. Solo somos culpables de nuestros sentidos. De nuestras ganas de vivir. De no estar solos. 

¡Por favor! Voy a despertar. No me mates. Despertaré en tus brazos mientras me besas y bebemos lo poco que nos queda de cordura. 

Escenario 3.

La imagino como copiloto dentro de un lindo auto. Acompañada de mi peor enemigo. Yendo por una autopista iluminada por los deseos de la noche. Ella sonríe. Está feliz, gustosa y pidiendo con el cuerpo que la quieran. Qué la desnuden y sepan hacer de su belleza un lienzo de placeres. No espera el destino asignado. Deja que sus manos jugueteen con las piernas de la sombra que maneja. Busca sin desperdicio el sexo erecto de una ilusión que se convirtió en aventura. Lo palpa, lo vislumbra y lo alimenta de saliva y succión. 

Con gotas frías que bajan por mi frente. No logro ver la cara de mi enemigo. Sé que es el peor. Pero no lo reconozco. Sólo me dejan presenciar la consumación de un acto que me hunde en la rabia, el asco y la desdicha de un corazón atascado en el triturador de basura. Qué alguien detenga el vehículo. ¿Por qué debo someterme a las pesadillas de mi machismo? Dónde debemos llegar para que el bochorno que inunda a esta máquina de recuerdos mal sanos se disipe. Huelo al mar. Huelo el salitre que sale del océano para darme una bofetada de sinceridad y lujuria. Eso era lo que quería. Eso era lo que evitabas cuando te jactaste de que ella sería la única. ¿Cuándo cumpliste? ¿No te diste cuenta que la perdiste? No es un animal que encerrarías en tu jaula de lamentos y posibles finales felices. 

Luego ver la cara de mi enemigo: soy yo. Soy ese ser que la robo a mejores lugares. Soy ese ser que prometió hacerla feliz y lo logró. Soy él, quien disfruta de la sensualidad de sus labios. Soy ése que se ilusiona con la nostalgia de una mujer que fue suya y la perdió. 

Escenario 4.

Me levanto. Beso a mi mujer en la frente y le susurro los buenos días. Me abraza con la brillantez que ofrecen sus ojos en la mañana. Hacemos el amor como sólo saben hacerlo los buenos amantes. Para luego desayunar y ser felices. Hacer planes juntos. Controlar nuestros miedos y apuntar al éxito que tratara de robarnos el futuro. 

Sin desperdicios. Normal e increíble. Éste es mi mejor escenario. 

J. Díaz.

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