Miedo.

Desde el primer momento sentí miedo. No recuerdo cuándo o dónde, pero sentí miedo. Debe ser uno de esos recuerdos reprimidos que asaltan cuando vas en el metro o estás comiéndote un perro caliente. Recordaba con detalle el momento que mi adrenalina elevó los ritmos del corazón y comenzaba el temblor de rodillas con un sudor frío que bajaba por el cuello hasta la insensibilidad de la hombría. Sí, sentí miedo. ¿Qué podía hacer? ¿Correr? ¿Esconderme? ¿Jugar al héroe? Nunca pude responder. Cuando reaccioné, todo había acabado. Así es el miedo. Esa capacidad que tenemos todos de no saber cómo funcionan las cosas. Al final de cuentas, el miedo es desconocimiento.

Sonará trillado, pero cada día es más aterrador que el otro. Y no me refiero a la paranoia. Lo paranoicos por su lado y yo por el mío. Hablo de los procesos que nos complementan como racionales. Miedo al dinero. Miedo a no conseguirlo. Miedo a la lluvia. Miedo a que se caiga la casa. Miedo a la sal. Miedo a que se tapen las venas. Miedo al progreso. Acompañado de la esperanza. ¡Qué carajo! ¡Temer a la esperanza! Porque así somos, miedosos hasta decir basta. Con lo bien que se siente dar saltos de fe. Decir de una vez por todas; ¡qué se jodan todos!

¿Sueno muy gurú? Está bien. Quizás sea prosa repetida. O panfleto del último día de todos los santos. Sin embargo, ¿cuántos saltos de fe diste? ¿te mojaste bajo la lluvia? ¿sabes que la ficción nunca supera la realidad? Mientras escribo esto, se oyen los disparos de una ciudad que exhala ira e inhala desesperanza. Quizás sean personas como tú y yo. Arraigadas al poder de la pistola y el plomo. Herramientas que hacen sangrar y persiguen al alma. Todos tenemos miedo a la muerte y la soledad que ronda en la noche. Son miedos perennes del humano. Eso lo entiendo. Aquí no hay hombres o mujeres de acero. Pero, nunca aceptes la duda como un miedo. Nunca salgas a la calle con el miedo de lo intangible. Y mucho menos, llegues a tu casa con el miedo del fracaso.

La palabra tiene mucho poder. Me encantan los cuentos, me divierte una buena historia y pienso que los libros son oro en pasta. Literalmente (bueno, no literalmente, pero casi). Mis miedos siempre están luchado con mi valentía. Mis ganas de cometer errores y gritarle al mundo que los cometí. Por favor, no jodas a nadie. Porque eventualmente el karma te conseguirá y te joderá. Tus miedos no te controlan. Es el coraje de levantarte todas las mañanas y sentir que eres feliz. Muy feliz.

Ahí yace el verdadero miedo.
No en la muerte.
No en la soledad.
Nisiquiera en el fantasma que se esconde en tu casa.
O al espectro que llama a tu puerta.
El miedo.
El verdadero.
Vive para asesinarte en vida.
Te envuelve en tus sábanas.
Y se lleva tu alma.
No lo permitas.

J. Díaz.

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