Medianoche.

Escribir después de medianoche es mejor. Sientes la ciudad dormida y los ronquidos de la madrugada, qué por lo general son perros ladrando o las balas de una ciudad que bebe sangre. Así, las teclas se convierten en una extensión de los sentidos con unas ideas que desgarran las nubes. No es cuestión de ser poético, es la necesidad de expresarse que tienen todos los humanos. No importa si eres el barrendero que se levanta temprano para maniatar el desorden o la secretaria que corre dentro del metro para cumplir con el horario de esclavo. Todos tenemos la pizca de poesía necesaria para no volvernos locos. Para dejar huella en este mundo. Por eso, siempre es mejor escribir después de medianoche. 

Pero, quién soy yo para decirles qué hacer. Es como la ola que se une al mar para deslastrar lo bueno de lo malo. Sean ustedes los jueces de sus aventuras y retos. No se queden en la inmediatez del placer, y piensen en lo que podrían hacer si sus ganas fueran mayores que sus miedos. Aprenderíamos que la autoayuda no existe, y lo único importante, es sentirnos seguros de nuestro camino. No temerle a la muerte, porque es un proceso general de todo lo que se desgasta. Mientras tenga la belleza de respirar, sé conciente de que puedes cambiar la historia. Sí, así de sencillo: cambiar la historia. No te quedes pegado a la comodidad de los salarios establecidos y esas palabras redundantes de que lo estás haciendo bien. Por lo general, esas palabras de aliento vienen de personas que no tienen tu misma visión. 

Es difícil. Muy difícil. Enfrentarse a monstruos y fantasmas estando desnudo. Con las inseguridades que nos persiguen desde el momento que nacemos. Es difícil dejar los prejuicios y adentrarnos a la filosofía de una existencia que puede ser grandiosa. ¿Estás seguro que no tienes esa gran idea que cambiará el rumbo de las cosas? ¿Quién te dijo que debes conformarte con sólo este planeta? Por lo general las cosas son más sencillas de lo que parecen, mientras tengas la valentía de luchar por el éxito. No creo en el destino, ni mucho menos que todo nuestro futuro está escrito. Eso es para los conformistas. Soy de los que piensa que el dinero está para gastarse y la vida para vivirla. Sonará redundante, pero cuántas veces nos hemos frenado de besar a una muchacha linda, comprometernos con lo que nos hace felices o hacer frente ante las injusticias. Para vivir con los pies en la tierra no hace falta olvidarse de las nubes. Porque si nos olvidamos de los sueños, ¿dónde queda el paraíso entonces?

Un buen día me fuí de casa a los brazos de una mujer que me ama. Un buen día decidí que estudiar no era importante en ese momento. Un buen día decidí que mi educación provenía de los libros que cubren mi habitación. Un buen día decidí que el deseo es tan importante como la razón. Y aún me quedan muchos días por vivir. Muchas experiencias y miles de retos. La llegada del éxito y los fracasos. Esas horas de angustia para salir adelante con una familia que ve virtudes y defectos. El esperar de los hijos. Mis hijos que llegarán con sus retos y me cubrirán de miedo al ser yo quien los guíe. Todo llegará en su momento, pero con la certeza de vivir al máximo lo que nos arroja la vida. 

Una vez propusé matrimonio en un restaurate chino. Luego me arrepentí. Luego entendí que la mujer de mi vida me quiere a mí. Sólo a mi. Una vez me mojé bajo la lluvia por horas, sólo por un beso. Y valió la pena. Siempre me asusté de mi cuerpo. Hasta que me enseñaron que la intimidad es eso que te hace sentir seguro. Nunca luché por las personas. Hasta que conocí el amor, y ahora lucho por todo lo que me duele. Mi piel es la sensación de que el mundo exterior es perverso y cruel. Pero mi razón, es la capacidad que me impulsa a pelear contra dragones y espantos. Algún día vendrá esa simpleza de la riqueza material. Mientras tanto, aquí estoy, llenando páginas en blanco y hablando con ustedes. Porque tengo algo que decir. Porque mi existencia no es simple. Es real e importante. Vamos entonces. A abrazarnos, a sangrar, a pelear, a dejarnos llevar. 

Al final, siempre habrá algo más que lo ordinario. Algo más que la ropa que usamos y el calzado que nos lleva. Algo más que la irracionalidad de lo que vemos. El deseo de sumergirnos en el placer de la caricia y la locura del orgasmo. La crudeza de amar sin tapujos mientras comemos chocolate hasta saciarnos. No dejarnos llevar por el libertinaje y saber que la libertad es ser felices sin frenar a nadie. Sin juzgar y levantarnos al caer. 

Al final, todos renacemos cada medianoche. 

J. Díaz

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