No recuerdo la última vez que lloré. 
Llorar es saludable cuando perdemos la humanidad. 
Es de hombres, de los verdaderos. Y de mujeres, de las reales. 
No recuerdo la última vez que estuve solo. 
La soledad es compañera agridulce. Enseña a descubrir potencialidades y a despreciar los odios. 
Puede sumergirnos o rescatarnos del desastre. 
No recuerdo la última vez que mi corazón latió. 
Bombeaba con las ganas de un toro, y la dulzura de un reloj. 
Se apagaba por las noches para irse volando con otros corazones rotos. 
No recuerdo la última vez que suspiré. 
Veía una pradera o tu cuerpo desnudo. 
Con la certeza de mis manos explorando tus deseos. 
No recuerdo la primera vez que morí. 
Quizás me ahogué en el compromiso o las suposiciones. 
Regresé como un rompecabezas de desilusiones.

No recuerdo cuándo te conocí. 
Creo que fue en un café de París, como un cliché. 
O entre las calles de Caracas, con tu belleza luchando contra el rencor. 
No recuerdo si escribía. 
Líneas que llenaban miles de páginas. 
Todas esas palabras destinadas a un beso tuyo. 
No recuerdo la verdad del amor. 
Un sentimiento nuevo. Desconocido para mis sentidos. 
Anclado a las ganas de que sonrieras a mi lado. 
No recuerdo si dije te amo. 
Robando el valor a la frase, para prostituirla entre la hipocresía. 
Amar de a raticos. Mientras duraba el viaje del cielo al infierno. 
No recuerdo haber subido por tus pechos. 
Sentir el latir de tu sangre y que mi mano se posara sobre un pezón. 
Descubrir la mayor obra de arte. 
No te recuerdo mía. 
Te recuerdo del viento.
De los amaneceres. 
De las sombras. 
De la noche. 

Tú dijiste que todo estaría bien. 
Tú enseñaste que la vida no es difícil. 
Tú señalaste el camino del placer. 
Tú me convertiste en un mejor hombre. 
Tú estabas. 

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