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Muchas veces me encuentro pensando en el pasado. Creo que a todos nos pasa. Tratando de analizar los cómo y los motivos de nuestras decisiones. Desde que tengo memoria he querido escribir. Algunas libretas con líneas y líneas de grafito guardadas en un cajón, lo demuestran. Es una manera de expresar eso que no me sale con mentiras. La capacidad de explicar, o al menos tratar, lo que quiero. Ser un soñador por estas épocas bordea en el pecado. Hay dos visiones que se me presentan a diario: no perder la capacidad de asombro para identificarme con mis semejantes, o pisar tierra y dejar de imaginar que los humanos podemos volar y respirar bajo el agua. 

He visto, y experimentado muchas cosas. Para eso está la juventud. Nos ayuda a trazar un plano de la persona que seremos. Me estoy dando cuenta que no creo en los para siempre.
Creo en la capacidad de buscar nuestra paz. De no molestar a los demás y construir nuestra tranquilidad. Son cosas sencillas. Dormir bien. Disfrutar la comida. De un beso bajo la lluvia. De esos abrazos que nos regala el amanecer y nuestros éxitos. Aunque suene a metodología de televisión. A esos programas que te lanzan dos cartas y te dicen cómo debes ser. La vida no es tan complicada. Nosotros somos los que preferimos muchas veces, vivir dentro de una estopa. 

Quiero volver a escribir. Tengo tiempo sin hacerlo. A pesar que tengo bastante material para describir la poesía de mi vida, no es fácil enfrentarse a las páginas en blanco. ¡Ya basta! Si de algo estoy seguro, es de la valentía de nuestros deseos. Sin convertirme en un energúmeno o en la versión prehistórica de mis impulsos. Para eso tengo la tinta y las teclas. Para desembocar lo que debo hacer y lo que ustedes quieren leer. Sí, con ése toque de ego: lo que ustedes quieren leer. 

J. Díaz.  

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